Me sentía débil y mentalmente agotada. Entró a la habitación un médico más y encendió la gran máquina. Yo estaba paralizada. No me sentía humana. Me sentía un animal, un objeto, algo inútil. No tenía más control sobre mi misma, aquella hostil gente me manejaba al igual que a todos los que estábamos ahí.
El hombre me tomó por mis brazos y me arrastró hasta el borde de el aparato.
-Siéntate aquí - Dijo mientras me señalaba una silla de madera
Obedecí y me senté. Vi como la pelirroja sacaba un casco de uno de los cajones de la mesa. Se lo acercó a el médico y me lo colocó en la cabeza.
-Solo dolerá un poquito… - Dijo esbozando una pequeña sonrisa
Obviamente no le creí. Le vi con la mano en el botón de encendido, me limité a hacer una mueca de disgusto mientras cerraba los ojos para aguantar el pánico. Cerré mis puños y con todas mis fuerzas solté un grito. Sentí el dolor más fuerte que había sentido en mi vida. Recorría cada una de mis venas, desde mis pies a la cabeza. Me estremecí, mis piernas y mis brazos se movían como por voluntad propia. Suspiré. Había terminado.
-Ya esta- Dijo la enfermera mientras me quitaba el casco- Puedes irte
Abrí los ojos, todavía en shock. Me froté los ojos en busca de ver con un poco más de claridad. ¿Para qué quería ver mejor? Si estaba en un mundo de pesadillas, lejos de mi casa, de mi familia, de todo lo que conocía. Estaba condenada a vivir en la oscuridad y no tenía otra chance que rendirme.
Mientras caminaba de regreso a mi habitación mis piernas dejaron de responderme y simplemente caí al suelo. La enfermera que había visto en la entrada ese mismo día se acercó y me ayudó a levantarme.
-Creo que necesito comer algo… - Dije con la voz débil- No he comido por más de un día
Ella asintió con la cabeza.
-Ve a tu habitación, te llevaré algo - Murmuró
Traté de sonreírle pero el dolor había entumecido todos los músculos de mi cara. Caminé hacia mi cuarto, me saqué el delantal y me puse ropa limpia. Escogí una camisa rosa clara y una falda larga y blanca. Cepillé mi cabello con desgana y sequé mis lágrimas con un pañuelo que saqué de mi bolso. Me puse a leer una novela de Jane Austen "Sentido y Sensibilidad", con esperanza de distraerme un poco. "Elinor, sin observar los cambios de color en el rostro de su hermana y la animada expresión de sus ojos…." Dejé la frase inconclusa cuando oí que llamaban a la puerta. Cerré el libro y abrí la puerta.
Me sorprendí por lo que veía. No era la enfermera del pasillo, era un señor que aparentaba unos 55 años, aunque probablemente tenía un par más. Su piel era pálida, se veía suave y delicada. Llevaba una camisa negra y un pantalón gris, tenía una mirada profunda, ojos dorados y facciones perfectas. Nunca había visto alguien así en mi vida. Volví a la realidad y vi que llevaba una bandera con un plato de comida en sus manos.
-Soy Efrain - Dijo él
-Hola, soy Mary Alice - Respondí
-¿Puedo pasar? - Preguntó el
-Claro
El entró en la habitación y dejó la bandeja sobre una pequeña mesa.
-Come - Me miró a los ojos - Puedo notar que estás hambrienta
-Lo estoy, gracias
Me acerqué a la mesa y tomé el plato. Comí el pollo y el puré rápidamente, la porción era bastante pequeña, pero no me importa con tal de tener algo caliente en el estómago.
-Y cuéntame… ¿Porqué estás aquí?
-Buena pregunta- Respondí mientras apoyaba el tenedor en la bandeja - Supongo que nunca fui la hija perfecta que mis padres esperaban… No tengo esquizofrenia, ni ninguna de las enfermedades que podrían llevarme a terminar en este oscuro lugar. Tan solo veo cosas que van a suceder, no siempre son exactas, pero tengo el don de ver el futuro.
Efrain se quedó boquiabierto. Luego de unos segundos de silencio, se aclaró la garganta.
-Así que ves el futuro… No veo cual es el problema. No entiendo porqué estás aquí. ¿La vida es un poco injusta a veces, no?
Asentí.
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