-Alice… ¿sucede algo? - Preguntó mi hermana, asomándose por la puerta
-No, tranquila - Le respondí mientras secaba mis lágrimas y me levantaba de la cama - Es solo que… no sé. He estado extrañando a mamá mucho, ya sabes. Y toda esta cosa del casamiento no me emociona demasiado.
-Te entiendo, me siento igual.
Hubo un silencio incómodo por un momento, que aproveché para pensar que iba a hacer y que iba a decirle a mi hermana. Lo único que sabía es que tenía que desaparecer, y lo antes posible. No quería caer en las garras de mi padre, que lo único que pensaba era que yo era una completa psicópata, igual que todo mi pueblo.
-Debo irme lejos, Cynthia. Me encantaría poder explicarte todo, pero no puedo. Esta vez es en serio.
-No vuelvas con esas locuras de siempre, hermana. Esas visiones o premoniciones que tienes están empezando a asustar a todos.
Revoleé los ojos y me mordí el labio. Caminé hacia mi armario y comencé a sacar toda mi ropa, una por una.
-¿Estás loca? ¡Alice, deténte!
-Basta Cynthia, dije que esta vez iba en serio.
Todos mis vestidos, camisas, libros, perfumes, diarios y recuerdos quedaron guardados dentro de un bolso azul marino, que había sido un regalo por mi cumpleaños número 19 hacía un par de meses.
Cynthia corrió a mi lado y se sentó en el suelo para abrazarme.
-Por favor, quédate. Sé que no estamos en nuestro mejor momento. Pero te prometo que todo va a estar bien- Mientras hablaba su voz sonaba triste y cortada, cómo si estuviese llorando por dentro.
-Lo siento - La abracé fuertemente. Era la despedida, lo sabía - Te quiero hermana, prométeme que serás fuerte.
Ella agachó su mirada y luego volvió a mirarme.
-Lo prometo.
Las dos sabíamos que nada de esto era un juego, o una idea del momento. Ya habían pasado 6 años desde mi primera premonición y las cosas se habían puesto un poco difíciles.
Recordaba el día en que vi a mi primo muriendo ahogado, para ese momento había experimentado pocas visiones, pero aún así le advertí a él y a su familia, aunque hicieron caso omiso. Me dolió bastante, ya que pocas semanas después, la visión se hizo realidad.
Me acusaron de bruja, psicópata, hablaron sobre mi ancianos, jóvenes, hasta niños. Mi mundo se fue derrumbando poco a poco, mi madre asesinada, mi padre casándose con otra mujer y yo sola y abandonada.
Me levanté del suelo y comencé a cepillar mi cabello. Era negro, corto y brillante, al igual que el de mi madre. Miré mi habitación por última vez. Las paredes ahora volvían a ser rosas, el techo tenía vigas de madera, la ventana estaba cubierta por unas cortinas blancas cosidas a mano, mi armario era de madera clara y en la pared tenía una pintura que mostraba el atardecer en Biloxi, la ciudad en la que nací.
Tomé el bolso y suspirando, salí por la puerta de mi habitación. Bajé las escaleras de mi humilde pero acogedora casa y me despedí de mi hermana.
-Dile a papá que tenía que irme - Le dije a Cynthia - Esto es necesario.
-¿Pero a dónde vas? ¡Seguro quiere que te quedes! - Podía oír la desesperación en la voz de mi joven hermana - Alice, ¿estás segura de esto?
-Sí, Cynthia- Le respondí, tratando de no mirar a sus ojos, lloraría más - Escucha, si papá pregunta por mi, dile que me fui sin darte ninguna explicación. Dile que no sabes dónde estoy. Te quiero.
Nos abrazamos y ahora sí, era la última vez.
Me encaminé hacia la puerta y pude observarla de lejos con su vestido blanco, largo, su largo y liso pelo marrón claro y sus ojos llorosos, que me decían que me iban a extrañar.
Cerré la puerta de madera que tanto me gustaba. Dejé atrás todo mi pasado. Hoy, comenzaba mi nueva vida.
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